domingo, 4 de julio de 2010

De maldiciones y otros éxitos


-Fondo negro. Un hombre sentado en un escritorio lleno de papeles iluminado por una lámpara vieja de luz amarillenta mirando al techo mientras fuma. Entra un joven vacilante. Se acerca lentamente al escritorio y antes de llegar el hombre hace un gesto para que se detenga.


Hombre: Puede devolverse en este preciso instante.

Joven: Pero…

Hombre: Acá no tiene nada que hacer gente de su especie.

Joven: Pero…

Hombre: Se cómo sería el curso de la historia si tan solo yo lo dejara pronunciar palabra. Me diría exactamente lo que me encabronaría que dijera y la verdad me gustaría poderme fumar este cigarrillo en completa calma.

Joven: Oiga pero…

Hombre: (Haciéndole un gesto para que se calle) Le aseguro que sé a qué viene. No es el primero que cruza por esa puerta y se acerca con ese aire “artístico” que está de moda por estos días. Tienen un caminado particular; una enfermiza mezcla de humildad y desbordada soberbia...


-El joven se examina a sí mismo intentando entender las palabras del hombre. El hombre continúa.


Hombre: La soberbia, ¡ay, la soberbia! Es el único motor de la vida de gente como usted. ¿Y sabe qué? Esa soberbia es precisamente la que no permite su progreso, su trascendencia. Con el paso de los días y de los meses el intelecto y hasta el cuerpo se anquilosa dejando un fiambre con patas… (Baja la mirada y observa con desprecio al joven) Igualito a usted.


-El rostro del joven cambia y empieza a endurecerse. El hombre continúa.


Hombre: No tienen voluntad para nada, van por el mundo haciendo gala de sus ínfulas superiores cuando no alcanzan a tener el porte y el honor de una cucaracha aplastada. ¿Sabe qué? Me molesta siquiera estar gastando saliva y dejando que se consuma mi cigarrillo. Me haría un gran favor si se devolviera.


-El joven avanza hacia el hombre con paso firme, le arrebata el cigarrillo y le da una aspirada exageradamente larga que termina por consumirlo. Después toma al hombre por la ropa y lo saca a empujones del lugar. Regresa a la silla y se sienta un poco más calmado. Busca en el cajón del escritorio y saca una cajetilla de cigarrillos de la cual saca uno y comienza a fumar mirando hacia el techo. Adopta la misma postura del hombre. El hombre entra sonriente y se va acercando al escritorio. El joven lo detiene con el mismo gesto.


Joven: Sólo venía a pedirle que me enseñara a escribir poesía.

Hombre: (Sonriente) Y de qué manera ha aprendido a hacerlo. Pasó del pensamiento directamente al hecho. Esa es la mejor manera de hacer poesía. Sin intermediarios, sin ruegos ni súplicas, sin rebajarse ante aquel quien cree tener en sus manos la esencia del arte. Simplemente el hecho.

Joven: Por favor retírese, quisiera fumarme mi cigarrillo.

Hombre: (Acercándose al escritorio y arrumando sus papeles) Claro, pero si me lo permite joven, voy a llevarme estas hojas porque ahora que usted es el “poeta” por fin puedo escribir y liberarme de esa maldición que es ser un autor consagrado. (El joven pone cara de angustia y se nota que se quiere mover pero no lo logra, es como si estuviera petrificado en el acto de fumar. El hombre ha terminado de recoger sus papeles) Ahora que usted es el que sabe escribir pasará mucho tiempo sentado fumando y mirando hacia el techo sin producir un solo texto al tiempo que echa constantemente a jóvenes “aprendices” del oficio de la poesía. Con su permiso. (Sale)


-El joven empieza a respirar más rápido y trata de moverse sin éxito. Van cayendo las luces.

-Oscuro.