lunes, 20 de diciembre de 2010

CLUB

¡Buenos días! Sigan, por favor, pónganse cómodos. Cuánto nos alegra que hayan decidido unirse al Club de la Muerte que no Espera. En este momento tenemos mucho trabajo, pero les aseguro que con un poco de paciencia y una gran sonrisa en el rostro se sentirán muy cómodos en nuestras instalaciones. ¿Tienen alguna pregunta? ¿No? Mejor. Bueno, en el momento que menos lo piensen la señorita Blanca estará con ustedes.



La amable recepcionista se fue flotando por el pasillo mientras tarareaba.

CRUELDAD

-Señor, cuánto me alegra que pueda ver su situación con tan buenos ojos y sin una sola queja. Dijo mientras salía por la puerta, dejando al cuadrapléjico en su cama con laS cortinas abiertas a un paisaje hermoso.

ELOGIO DE LA AGRESIÓN # 2

Se acercó a la puerta extendiendo el pedazo de botella de gaseosa para que le dieran un poco de la sopa del día.



- Socio, llegó tarde. Ya le dimos las sobras a ese señor que está allá- Dijo el dueño del restaurante señalando a otro indigente que comía feliz en una acera. -Yo de usted iría a hacer un buen reclamo- Concluyó señalando el enorme cuchillo enfundado en el roñoso pantalón.



Molesto y hambiento, el indigente corrió a darle puñaladas al incauto comensal quien no alcanzó a replicar. El dueño del restaurante satisfecho, procedió a llamar a todos los restaurantes para comunicar con gran orgullo que había descubierto la solución a la mendicidad.

RIESGO BIOLÓGICO

Contrajo su rostro hasta el dolor. Quedó enceguecido por la fuerza aplicada entre los párpados. En cierto momento, todos los músculos se tensionaron. Después vino el estallido, acompañado por un estruendo que le raspó las cuerdas vocales y le lastimó el esternón. Una gran cantidad de fluidos -saliva, mocos y algún rastro de sudor- fueron a parar en cuestión de segundos a la nuca de un policía.



Momentos después, recuperado de la conmoción y todavía con los ojos llorosos observó que todos los transeúntes lo miraban petrificados en un gesto de horror. Una señora de edad se desvaneció, un grupo de niños comenzó a llorar desconsoladamente; un viejo sentado en una banca meneaba su cabeza cubierta por las manos. La última persona a quien vió fue al policía quien con excesivo asco se retiraba la enorme plasta de su nuca y de sus hombros. No alcanzó a musitar una disculpa cuando un bolillo se estrelló contra su coronilla.



Abrió sus ojos y no reconoció nada a su alrededor; de hecho, no había nada, solo paredes de acrílico templado con orificios para respirar. En un costado afuera de la caja vio a un hombre vestido con traje esteril y un rifle. Preguntó el motivo de su encierro y la respuesta fue un gesto desdeñoso para que mirara la parte alta de su prisión donde leyó: "En cuarentena perpetua"



Había viajado sin saber al país en donde era un delito estornudar.