Admiro a quienes,
pese a que el sol
ha girado más veces
sobre sus cabezas,
mantienen esa chispa
ese bello resplandor,
esa virtud entre virtudes
de hacer de la poesía
su compañera más ilustre.
Admiro a quienes,
con el corazón en la mano
despliegan su alma en tinta;
miles de palabras sedosas
describiendo el aquí y el allá,
sin miedo al tiempo
ni a las críticas
ejerciendo poesía
como antaño
los precursores de la lira.
Los admiro
con una admiración
que casi raya en la envidia
porque yo
sin siquiera tres décadas encima
a veces siento
que el fuego de la poesía
se ha extinguido de mi vida.