lunes, 30 de agosto de 2010

BLACKOUT

Todo comienza así: tomas la iniciativa de ir hacia la puerta. Tu empeño es tal que no escatimas en la fuerza y velocidad que proporcionas a tus músculos para cumplir con tu objetivo, y casi que de un brinco te levantas del asiento sintiéndote más dueño de tu cuerpo que en cualquier otro momento. Das el primer paso. ¡Horror! Los cimientos poco a poco colapsan; los pies ya no dan abasto para soportar el cuerpo, las rodillas se van inclinando hacia adelante como si hubiesen talado las pantorrillas desde los tobillos; la cadera se convierte en el peso muerto que acaba por echar abajo la bóveda de los pulmones y el corazón. La cabeza, símbolo absoluto de la resolución entra en declive y con los ojos en blanco te das cuenta que aquel supuesto dominio corporal que creías tener es una simple ilusión. Abres los ojos y ya no está la puerta; el cuerpo te pesa, la mandíbula te duele como si te hubieran golpeado con un tubo y tienes la extraña sensación que han pasado días desde que decidiste levantarte del asiento. Confusión. Ahora ves la parte posterior de la habitación en la que te encuentras. El cuerpo no tiene fuerza, sin embargo con dificultad pones en marcha la maquinaria para reincorporarte, esta vez sin afanes y sin ínfulas de ser el soberano del universo.

La falta de un pequeño aire ha desplomado un edificio. Caminas y todo termina cuando sales por la puerta, golpeado, aturdido y agradecido porque nadie te hubiese estado viendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario